“ Destrier ”, el CR7 de los caballos medievales de combate

Para un caballero de la Edad Media su caballo era un arma fundamental en el campo de batalla y a la hora de participar con garantías en justas y torneos. Entre todos los caballos medievales los “ destrier ” eran los más buscados, los CR7 de la época, animales de altísimo valor y que tan sólo estaban al alcance de los nobles.

Durante la Edad Media no eran frecuentes los festejos de carácter popular y entre ellos ninguno gozaba tanto del agrado de las gentes nobles y plebeyas como las tradicionales justas y torneos, “batallas de salón” donde los nobles de la época tenían oportunidad de medir su destreza y sus fuerzas, tanto físicas como monetarias, peleando en representación de sus familias y feudos o por el favor de una dama.

Justas y torneos pueden parecernos la misma cosa, pero en los torneos las armas utilizadas por los combatientes eran simuladas. Por el contrario en las justas las espadas y lanzas eran muy reales. Bajo el lema de “Dios, mi rey y mi dama” estos combates tenían lugar en la “tela”, un lugar ubicado extramuros de las ciudades, llano y libre de árboles y otros obstáculos.

Para un caballero medieval el arma fundamental a la hora de ir a la guerra o de decidirse a participar en una justa o torneo -si quería tener posibilidades de ganar- era el “ destrier ”, también llamado destrero. Estos caballos eran seleccionados y entrenados para combatir, por lo cual eran escasos y muy apreciados en la Edad Media, de ahí que llegaran a alcanzar un alto precio que explicaría por qué tan sólo estaban al alcance de la nobleza.

Tal era su valor monetario que este tipo de caballos eran conocidos como “milsoudor”, apelativo que hacía referencia a los “miles de sueldos de oro” que podían llegar a valer los mejores ejemplares de “ destrier ”, frente a los trescientos sueldos que podía costar un buen rocín para uso normal.

Lo fundamental a la hora de escoger un “ destrier ” era su alzada y corpulencia. En ningún caso podía tratarse de caballos de pequeño formato o físicamente débiles, dado que ambas cosas eran motivo de derrota segura, de ahí que los británicos los denominaran “Great Horse” (Caballo Grande). Hay que tener en cuenta que un caballo medieval debía soportar -sin pérdida de agilidad de movimientos- el peso de un jinete acorazado y la tara añadida que sumaban las propias defensas y ropajes que protegían y engalanaban al animal.

Los historiadores calculan que desde un punto de vista físico un buen “ destrier ” sería un caballo musculoso y de patas fuertes, principalmente los cuartos traseros, ágil, capaz de realizar rápidos sprint y de girar en muy poco espacio a pesar de su envergadura, con una alzada entre 1,40 y 1,60 metros y un peso que oscilaría entre los 500 y 550 kg, similar a lo que hoy puede ser un caballo andaluz o lusitano, pero por debajo de los actuales caballos de tiro.

Tras el aspecto anatómico lo indispensable en un “ destrier ” es que tuviera fuerza y nervio, por ello todos serían probablemente machos sin castrar (estalons), y que además careciera de miedo en el combate cuerpo a cuerpo y que fuera hasta cierto punto temerario, porque si en el fragor de la batalla los caballeros peleaban sin descanso con sus armas de acero, los caballos lo hacían con las suyas mordiendo, coceando o empujando a la cabalgadura contraria hasta conseguir derribarla.

El vocablo “ destrier ” procede del latín vulgar “dextrarius” que significa diestro y que hace mención a la manera en la que los escuderos conducían a estos caballos, siempre a la mano derecha, mientras que los caballeros a los que servían montaban otros animales de servicio, generalmente un corcel o rocín. De esta forma el “destrier”, el CR7 de los caballos de combate, llegaba a la batalla o al torneo totalmente descansado y sin que nadie lo hubiera cabalgado.

Una vez detectado el posible potro joven aspirante a “ destrier ” -los elegidos casi nunca solían ser yeguas o machos castrados- llegaba el turno de trabajo para los imprescindibles adiestradores, auténticos especialistas en “conseguir” que el enorme potencial físico y psíquico de los caballos fuera correctamente entrenado hasta convertirlos, finalmente, en eficaces armas de combate.

En medio de la batalla a su jinete de poco le servía un animal difícil de controlar y con un comportamiento imprevisible, por lo cual era necesario dotarlo de un carácter combativo y obediente a la vez que dócil y valeroso. Además un buen “ destrier ” debía ser un caballo que no tuviera ningún miedo al ruido de las armas y con una alta capacidad para soportar el dolor, dado que era frecuente que salieran malheridos o lesionados de los enfrentamientos.

Una vez superado el largo y riguroso proceso de entrenamiento, de ahí su alto precio,  el “destrier” estaba listo para servir a su señor en todo tipo de lizas y combates, aunque con el fin de proteger su “inversión” los caballeros solían encargar a los artesanos de la época la elaboración, siempre a la medida, de las correspondientes autodefensas para sus caballos, además de los elementos y ropajes que servían para engalanar a las monturas en las grandes ocasiones.

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